Los niños
ante el espectro de la guerra
DAVID
BROOKS Y JIM CASON
Nueva
York y Washington, 10 de febrero. ''Todas las mañanas me
levanto, veo los obituarios en el periódico y si no me encuentro
ahí, me voy a trabajar", bromeaba, o no, un viejo húngaro
refugiado en México.
Shigeo
Sasaki estaba en los obituarios de este fin de semana. Peluquero
japonés de 87 años, había dedicado más de medio siglo de su vida a
la paz después de que su hija, Sadako, murió en 1955, a los 12
años de edad, a causa de leucemia provocada por la bomba atómica
que Estados Unidos arrojó sobre la ciudad de Hiroshima.
Sasaki
contaba la breve historia de su hija en las escuelas de su país.
En el hospital, Sadako se dedicaba a hacer cigüeñas de papel
inspirada en una leyenda japonesa que decía que a cualquiera que
hiciera mil cigüeñas de papel se le cumpliría un deseo. Murió
antes de acabar las mil cigüeñas, pero su historia llevó a que los
niños de Japón crearan un fondo con el que se construyó una
estatua de Sadako, que hoy se ubica en Hiroshima. La gente sigue
enviando cigüeñas de papel a la estatua como ofrenda de paz.
Todos los
días en Estados Unidos, los niños, al prepararse para ir a la
escuela, pueden saber de las últimas noticias en radios y
televisores de sus hogares, o enterarse en los puestos de
periódicos, o escuchar las conversaciones en los restaurantes o en
sus casas sobre la guerra que se prepara contra otro país.
Escuchan y observan que esa guerra se llevará a cabo en nombre de
algo llamado ''la paz'', ya que alguien odioso y malévolo quiere
envenenarlos con gases químicos o enfermedades bacteriológicas. Y
la razón es que hay gente que los odia por ser gringos.
Todos los
días se inunda a la población con afirmaciones de que los países
enemigos tienen algo en común: su odio a Estados Unidos, o sea
hacia todo ''lo bueno y bondadoso''. Que son odiados por tener
libertades, respeto a los individuos y por defender los derechos
humanos. Se declara que este país tiene que defender a la
humanidad del mal y, como en otras ocasiones en la
historia, a veces esto implica una guerra. Hay que matar para
vivir, hay que resolver las broncas con armas, hay que
defender la paz con balas y bombas.
Las
encuestas dicen que la mayoría se ha convencido de estos
argumentos. Los niños escuchan y leen, y se les advierte que están
amenazados, no por monstruos o extraterrestres, sino por los
padres de otros niños, cuyo único deseo es matarlos, enfermarlos,
dejarlos huérfanos. Nadie les cuenta que esto ya es un viejo
cuento.
''En el
momento en que se declara la guerra... las masas... se convencen
de que ellas han deseado y ejecutado el hecho. Entonces ellas, con
excepción de algunos descontentos, proceden a ser sujetos de un
régimen, coercionados, desarticulados en todos los ambientes de
sus vidas y convertidos en una fábrica sólida de destrucción...
Una sensación de gran rejuvenecimiento invade a las clases
significativas, un nuevo sentir de importancia en el mundo... La
opinión pública... se convierte en un bloque sólido... La guerra
es la salud del Estado. Automáticamente pone en movimiento, a
través de la sociedad, esas fuerzas irresistibles de uniformidad,
de cooperación apasionada con el gobierno para ejercer coerción
sobre grupos minoritarios e individuos que carecen de ese sentido
más amplio de la manada...", escribió el ensayista estadunidense
Randolph Bourne en 1918.
Ese mismo
año, el gran líder popular Eugene Debs, opositor a la Primera
Guerra Mundial, por lo que incluso fue a dar a la cárcel, declaró:
"Nos dicen que vivimos en una gran república libre; que nuestras
instituciones son democráticas; que somos un pueblo libre y
autónomo. Incluso para chiste eso es demasiado. En el transcurso
de la historia se han hecho guerras para conquistar y saquear...
eso es la guerra en síntesis. Siempre es la clase dominante la que
declara las guerras y siempre es la clase oprimida la que libra
las batallas".
Pero en las
escuelas de aquí esto no está en el plan de estudios. No están los
libros del historiador Howard Zinn, ni El otro gringo, de
May Brooks, ni los discursos más radicales de Martin Luther King
Jr. contra la guerra, y menos en las primeras planas y los
noticieros.
Hoy, un
niño de primaria puede pasar frente al puesto de periódicos para
ver cómo el diario más influyente del país, el New York Times,
reporta que el secretario de Estado exige que Irak demuestre su
cooperación antes del fin de semana, o presenta un reportaje sobre
un líder "terrorista" con un "pasado mortal". O que el Daily
News dice en su portada "Exhibición de fuerza" en referencia a
la forma en que la ciudad se protege ante la elevada alerta
"terrorista" (por lo menos también hay una modelo tipo Barbie
para distraer un poco).
Aquí,
los niños están viviendo en un país que ha declarado que en nombre
de ellos matará a otros niños (sin querer, pero ni modo, "daños
colaterales"). "Los 13 millones de niños iraquíes están en grave
riesgo de hambre, enfermedad, muerte y trauma sicológico" por una
guerra, afirmó Samantha Nott, del grupo de expertos de War Child,
agrupación humanitaria canadiense que realizó una evaluación de
las condiciones en Irak en enero de este año.
En
entrevistas con cientos de niños, el grupo de expertos detectó que
en Irak existe "gran temor a la guerra"; que unos 500 mil niños
iraquíes están desnutridos, algunos en condiciones extremas. Si
estalla la guerra, algunos, tal vez miles, o decenas de miles,
pasarán a las filas de las estadísticas más infames del mundo
actual. ¿Cuántos más de ellos se sumarán a los 2 millones de niños
que han muerto en guerras durante los últimos 10 años, los 5
millones que han quedado discapacitados, los 12 millones que han
sido dejados sin techo y los10 millones que han sido
sicológicamente dañados (véase www.warchild.ca)?
Paolo
Freire decía que la condición del opresor es igualmente
deshumanizada que la del oprimido, y que es el oprimido el que no
sólo tiene que liberarse a sí mismo, sino, con ello, también a los
opresores en la lucha para la humanización. Pero ¿qué diría
cuando, por la sola suerte de vivir en un país que amenaza con la
opresión a otros pueblos (para liberarlos, dice), uno es a la vez
opresor y oprimido?
Vivir en un
país que se ha dedicado a la guerra, que ahora amenaza otra vez a
otros pueblos, y que no descarta usar todos los medios, incluso
una repetición de Hiroshima, es lo que provoca reacciones de
artistas, intelectuales y poetas como la de "No en nuestro
nombre". La ironía es cada vez más aguda cuando los desplazados
por algunas de estas guerras e intervenciones viven aquí, y hasta
se vuelven ciudadanos; o sea, algunos de los gringos
llegaron aquí por las balas gringas: panameños,
nicaragüenses, salvadoreños, dominicanos, vietnamitas, coreanos,
guatemaltecos, chilenos y, claro, mexicanos (o ya estábamos aquí,
¿no?), ni mencionar a los indígenas. En nombre de todos sus hijos
se declara la guerra.
Tal vez,
algunos niños de aquí, inspirados por más de 2 mil poetas (que
este 12 de febrero leerán sus poemas por la paz en varias ciudades
del país), cientos de artistas, intelectuales y músicos, veteranos
por la paz, religiosos, y mujeres que se desnudan para crear la
palabra Paz en todas las esquinas del mundo, y los cientos de
miles que marcharán en las ciudades del mundo, incluyendo Nueva
York y San Francisco, este fin de semana, podrán cambiar las
primeras planas y los mensajes principales de los noticieros en
estos días. Tal vez podrán evitar que algunos niños iraquíes
tengan que aprender a hacer cigüeñas de papel.
¿Cuántas
cigüeñas de papel más tendrán que hacer los niños de este país?
Tal vez ninguno tendrá que leer el obituario de un niño y, al ver
que no está, podrán irse a jugar.